Aquí dos poemas, espero les agrade.
Soneto: más de lo mismo
Prueba a evitar el patrón evitado,
el patrón de evitar. No es tan fácil como
parece:
afanosa la espina sale a flote
desde el pez para volverse parqué. O lo que
venga bien.
Nuevas fractales claman por ser idénticas
a sus hermanas. Lo logra la mitad. Las otras
acaban siendo los estampados de flores provenzales
que creó algún adormilado pero ingenioso
tejedor a mediados del siglo dieciocho,
y no habían cobrado vida nunca hasta ahora.
Practicar una escala es parecido: siempre
[distinta y nunca la misma.
No preguntes por qué hacemos estas cosas,
[sino por qué les hallamos sentido.
Pregúntaselo al cuco clavado en pleno vuelo
entre la pagoda y la cueva rococó del
ermitaño. Puede que te lo diga.
Autorretrato en espejo convexo (fragmento)
La hora del día o la densidad de la luz
adhiriéndose al rostro lo conservan
vivaz e intacto en una ola recurrente
de llegada. El alma se asienta.
Pero ¿hasta dónde puede salir por los ojos
flotando
y aún regresar a su nido a salvo? Al ser la
superficie
del espejo convexa, la distancia aumenta
significativamente; es decir, lo bastante para
apuntar
que el alma es un cautivo, tratado humanita-
riamente, mantenido
en suspenso, incapaz de avanzar hasta
mucho más allá
de tu mirada cuando intercepta el cuadro.
El Papa Clemente y su corte se quedaron
«estupefactos»,
según Vasari, y prometieron un encargo
que nunca materializó. El alma debe perma-
necer donde está,
aunque se inquiete, oyendo gotas de lluvia
en el cristal,
el suspirar de las hojas de otoño azotadas
por el viento,
anhelando estar libre, afuera, pero debe
quedarse
posando en este sitio. Debe moverse
lo menos posible. Esto es lo que dice el retrato
Pero hay en esa mirada fija una combinación
de ternura, diversión y pesar, tan poderosa
en su contención que uno no puede mirar
mucho tiempo.
El secreto es demasiado evidente. Escuece su
piedad,
hace brotar lágrimas calientes: que el alma
no es alma,
no tiene secreto, es pequeña, y encaja
en su hueco perfectamente: su espacio,
Prueba a evitar el patrón evitado,
el patrón de evitar. No es tan fácil como
parece:
afanosa la espina sale a flote
desde el pez para volverse parqué. O lo que
venga bien.
Nuevas fractales claman por ser idénticas
a sus hermanas. Lo logra la mitad. Las otras
acaban siendo los estampados de flores provenzales
que creó algún adormilado pero ingenioso
tejedor a mediados del siglo dieciocho,
y no habían cobrado vida nunca hasta ahora.
Practicar una escala es parecido: siempre
[distinta y nunca la misma.
No preguntes por qué hacemos estas cosas,
[sino por qué les hallamos sentido.
Pregúntaselo al cuco clavado en pleno vuelo
entre la pagoda y la cueva rococó del
ermitaño. Puede que te lo diga.
Autorretrato en espejo convexo (fragmento)
La hora del día o la densidad de la luz
adhiriéndose al rostro lo conservan
vivaz e intacto en una ola recurrente
de llegada. El alma se asienta.
Pero ¿hasta dónde puede salir por los ojos
flotando
y aún regresar a su nido a salvo? Al ser la
superficie
del espejo convexa, la distancia aumenta
significativamente; es decir, lo bastante para
apuntar
que el alma es un cautivo, tratado humanita-
riamente, mantenido
en suspenso, incapaz de avanzar hasta
mucho más allá
de tu mirada cuando intercepta el cuadro.
El Papa Clemente y su corte se quedaron
«estupefactos»,
según Vasari, y prometieron un encargo
que nunca materializó. El alma debe perma-
necer donde está,
aunque se inquiete, oyendo gotas de lluvia
en el cristal,
el suspirar de las hojas de otoño azotadas
por el viento,
anhelando estar libre, afuera, pero debe
quedarse
posando en este sitio. Debe moverse
lo menos posible. Esto es lo que dice el retrato
Pero hay en esa mirada fija una combinación
de ternura, diversión y pesar, tan poderosa
en su contención que uno no puede mirar
mucho tiempo.
El secreto es demasiado evidente. Escuece su
piedad,
hace brotar lágrimas calientes: que el alma
no es alma,
no tiene secreto, es pequeña, y encaja
en su hueco perfectamente: su espacio,
nuestro momento de atención.
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